Paradoja de una vida en un instante


En esta vida hay instantes que sin necesidad de narrador alcanzan un sentido casi poético, que como por arte de magia son capaces de plasmar la esencia humana en tan poco tiempo que ni los mejores escritores podrían reflejarlo en sus crónicas.
Uno de estos momentos tuvo como protagonistas a Dolors Bonella Alcanzar, nombre que aparentemente no dice nada, pero que si indagamos un poco podremos llegar a la “Moños” un personaje que fue muy popular en la Barcelona de los años 30.
Se dice que sirvió en casa de una familia aristócrata, y que enamoró al hijo de la familia, pero él estaba comprometido, la pasión dio como fruto su embarazo pero el hijo de la familia murió en un accidente.
La familia al descubrir primero la esterilidad de la prometida y luego la existencia del bebé con la sirvienta, decidió robárselo.
A partir de ese día todas las crónicas coinciden en que Dolores, ya no volvió a ser la misma, enloqueció y recreaba una y otra vez su juventud, deambulando sin rumbo por la Rambla maquillada de forma estrambótica y repitiendo en su mente una y otra vez la misma tragedia.
                     
           
Año 1937 mes de mayo
Las calles de Barcelona, barricadas en las Ramblas, la Torre Telefónica baluarte de los anarquistas es asaltada por la Guardia de Asalto , la Guerra Civil Española alcanza su máximo apogeo macabro, ahora ya no solo es izquierda contra derecha los que se enfrentan.
Anarquistas y Poumistas contra Comunistas y milicias de ERC superan el sadismo presente ya en el conflicto. La máxima expresión de la muerte ya no solo hace enemigos a los hermanos si no que enfrenta los propios compañeros de armas y aliados.

Es en ese instante, cuando las balas en una parte de las ramblas súbitamente callan, no es una tregua en pleno apogeo del infierno en la tierra, es “La Moños” que se dispone a atravesar con su danzar y sonrisa habitual entre las barricadas ante los ojos estupefactos de los milicianos.
En ese momento ambos lados se entrecruzan miradas, todos reconocen a “Lolita” y por alguna extraña razón aquella orgía de sangre entre personas que habían sido hasta hace pocos meses compañeros de armas se detiene, el sonido de los proyectiles calla por un momento y se hace el silencio para que ese espíritu errante pueda continuar su camino.

Resulta difícil no reflexionar por un momento, en aquel instante en que pasaría por las mentes de esos hombres que por un instante se miraban sin dispararse unos a otros y “La Moños” en medio, impasible devolviendo la mirada a cada uno de ellos, Qué albergarían en su interior aquellas miradas al contemplar aquel alma perdida? ¿Quizás? aquellos los pequeños momentos de “Adiós Lolita” con sonrisas, O ese ¿A donde vas Lolita? que le decían cada mañana.

Quién les iba a decir un día que aquellos que contemplaban con sorna cada mañana un espectro marcado por la muerte y la desgracia, un día se les aparecía en plena orgía de sangre como extraña compañera de viaje a un destino mas que probable, con ese doble sentido que mezcla la compasión hacia una felicidad ilusoria producto de la locura, y la alegría de ese instante fugaz en que aunque solo sea por un instante la mente se traslada a tiempos mejores en medio del infierno.

Son pensamientos que quedarán para siempre en el misterio, paradojas poéticas de la guerra que tiene la capacidad de diluir barreras entre la cordura y lucidez, condensar en un momento, sentimientos contrapuestos y hacer una poesía viva sirviéndose de la macabra rima de la muerte, con el timbre de un instante de silencio y creando versos cercanos al epitafio.

Guillermo Fernández González 

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